Desde el punto de vista estético, mi propósito es devolver a la música su carácter antiguo y original como expresión mágica y de encantamiento de los grupos humanos. La música debería ser una manifestación sonora directamente relacionada con el sistema cósmico universal. – Así resume André Jolivet la intención filosófica de sus trabajo creativo. Aunque ha explorado muchas corrientes musicales importantes mientras desarrollaba su propio lenguaje creativo – la armonía sin trabas de Schönberg, las atrevidas sonoridades de Varèse, la energía rítmica elemental de Stravinsky, la integridad formal de Bartók, modalidad antigua, encantamientos primitivos – el estilo de Jolivet es único: disonante pero luminoso, ricamente detallado pero expansivo en su expresión, contemporáneo en idioma pero de efecto catárquico.
Jolivet nació en 1905 en el seno de una familia parisina acomodada que le proporcionó sólidos cimientos en arte, música y teatro. Su padre, pintor, y su madre, pianista, empezaron la formación musical de André a una edad temprana, y a los 13 años él había escrito tanto el texto como la música para una canción titulada Romance bárbaro. Empezó a estudiar chelo con Luis Feuillard un año después, y a los 15 construyó un teatro de marionetas y escribió un ballet para él, creando también los diseños escénicos y el vestuario. Se convirtió en miembro del coro de Notre Dame de Clignancourt en París y tomó lecciones de armonía y de órgano del maître de chapelle de la iglesia, el abad Aimé Théodas. Los padres de Jolivet le desanimaron en su empeño de comenzar una carrera como músico, sin embargo, estudió la carrera de magisterio y enseñó en diversas escuelas mientras continuaba con sus estudios de composición de 1928 a 1933 con el compositor francés Paul Le Flem, un estudiante de D’Indy y Roussel en la Schola Cantorum. En 1930, Le Flem presentó a Jolivet a su amigo Edgar Varese, quien le inició en sus técnicas iconoclastas de orquestación y organización del sonido durante los tres años siguientes.